Hoy en día, la sociedad marca un papel fundamental para nuestras vidas y nuestra personalidad.

Cada uno de nuestros principios se va formando desde lo que aprendemos en la infancia, en nuestra familia y de la misma sociedad que habita el entorno que nos rodea desde que nacemos.





Sin embargo, esto no significa que todas las normas y principios sociales que se nos muestran en el entorno en el que vivimos sean realmente correctos o no.

Principalmente por el hecho de que con normas sociales nos referimos a un “tipo de costumbres respetadas por los miembros de un grupo social al que pertenecemos” y no siempre se refieren a costumbres buenas tratando la ética y la moral.





De esta manera, existen tanto creencias, como estereotipos, normas y reglas, cosas que son “bien vistas” y “mal vistas” dentro de nuestra comunidad, entre otras; además de acciones que no podemos realizar porque aunque sabemos que precisamente no es algo incorrecto o negativo tememos el “¿qué dirán los demás?”.





Como ejemplos de estos, están sobre todo los factores o elementos que definen nuestra personalidad; principalmente nuestra forma de vestir, de ser o de comportarnos, nuestras calificaciones académicas o las actividades que sabemos realizar, las personas con las que nos reunimos y la manera en que tratamos o le demostramos cariño a alguien, etc.

Sabemos que como seres humanos, al crecer, nuestra personalidad se define bastante dependiendo del entorno en el que vivimos, pero aún así, nadie tiene el derecho de privarnos de una libertad responsable y con los límites indicados como personas.

A veces deberíamos dejar ir el miedo del “¿qué dirán?” y formar nuestras propias personalidades, criterios y opiniones de manera respetuosa y responsable, pero sobre todo, sin temores.