En una jaula del cielo, entre cadena y cadena, habitaba una paloma hermosa y de grandes alas.

El enorme potencial de sus emplumadas alas le otorgaba la capacidad de volar hacia una tierra muy lejana. Sin embargo, estaba encadenada y su corazón se estrujaba con el paso del tiempo y los días pasados en la jaula.

El agobio en sus ojos mostraba preocupación ante cada situación, haciendo inhabitable su existencia. Enero, febrero y marzo pasaban tan desapercibidos, interminables y dolorosos, difícilmente advertidos.

Una vida sin sentido se presentaba tan predecible, imperceptible y libre solo en su minoría al azar. La paloma sometida no sabía ya qué esperar, simplemente vivía su vida con tan poca libertad que, al menos así, se sentía.





Tan difícil era para ella no perder ya su paciencia, simplemente no quería en la vida convertirse en molestia. Con el tiempo se había rendido, buscando ser invisible y no lastimar a nadie con ningún esfuerzo en vano.





Creyendo que su destino era la esclavitud, se sentía incapaz de ser feliz con un vacío de ineptitud. En un día inesperado, el ineludible viento de verano resopló, rompiendo con gran sorpresa cada abatido candado con mil llaves de razón.





"Pequeña ave, vuela tranquila y sé feliz en tu viaje. No te ates nunca jamás a las exigencias de los demás. Aprende así a entenderte y a conseguir lo que quieres; lo demás queda de más. Tus alas son únicamente tuyas, y tú formas tu destino. Nadie puede decidirlo ni volar en tu lugar. Sé libre hoy y mañana; ya no eres invisible. Mereces también ser amada y querida por los demás, pero incluso con eso, tus alas deben volar".

Dicho esto, sus plumas la volvieron más ligera, sin el peso del desacuerdo que existía con los demás. Al final, en el ambiente, la hermosa ave voló, demostrando libertad.