En la sociedad, ser reconocido por los demás se convierte en un lema de éxito para muchos. El reconocimiento público puede contribuir significativamente a nuestra percepción de nosotros mismos, pero, ¿es realmente sinónimo de felicidad? Solemos otorgar gran importancia a las opiniones que otros tienen sobre nosotros, ya sea que seamos figuras públicas o no. Claro está, es natural apreciar las palabras positivas que provienen de personas que consideramos influyentes o relevantes. Valoramos cuando se reconocen nuestras acciones, experiencias y nuestro valor como individuos.

Sin embargo, podríamos cometer el error de pensar que el reconocimiento debe provenir de un grupo extenso de personas para considerarlo verdadero o relevante. En realidad, esto no es necesario. El reconocimiento de quienes somos y de nuestras acciones puede provenir de cualquier persona, incluso de nosotros mismos. Cuando se trata de seres queridos, este reconocimiento adquiere un peso especial, haciéndonos sentir valorados y apreciados por aquellos a quienes amamos.





En este sentido, uno de los ingredientes clave para una vida feliz es el reconocimiento, comenzando por reconocernos a nosotros mismos. Identificar nuestras cualidades y reconocer nuestras fortalezas, como decirnos a nosotros mismos "soy una persona inteligente y organizada" o "soy alguien hermoso que lucha y persevera cada día", es poderoso y nos otorga la utilidad y el valor que merecemos.

Luego está el reconocimiento que brindamos a los demás. Por ejemplo, decir "eres muy hábil en ortografía" o "cocinas de maravilla, y tú eres genial en matemáticas" refleja una realidad en la que el reconocimiento nos construye y nos impulsa a crecer como seres humanos. Este proceso es sinónimo de una vida feliz.